Decenario al Espíritu Santo – Cuarto día

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DIA CUARTO

Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente; que desde toda  la eternidad deseabas anhelantemente el que existieran seres a quienes Tú  pudieras comunicar tus felicidades y hermosuras, tus riquezas y tus glorias.  Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar estos seres para  Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu infinita bondad  tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer? ¡Oh único bien mío!
Cuando por un momento abro mis oídos a escuchar a los  mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no oír los clamores que contra Ti  lanzan tus criaturas: es un desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es  causa por lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el fin para que fuimos criados.
¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda dicha y ventura, de toda felicidad  y grandeza, de toda riqueza y hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros,  tus criaturas, no somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos;  ni podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.  Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres criaturas, tenemos  por esencia la misma nada.  Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque no podemos tener  vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto como nos amas y  que seas correspondido con tanta ingratitud!  ¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me partiera el corazón en mil pedazos! ¡O que de un encendido amor que Te tuviera, exhalara  mi corazón el último suspiro para que el amor que Te tuviera fuera la única  causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido por quien sois,  Dios infinito en bondades.  Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a Ti y  conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el último instante de  mi vida y continúe después amándote por los siglos sin fin. Amén.

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Oración para todos los días
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza, honra y gloria  que como Dios te mereces en tus Tres Divinas Personas; que ninguna de ellas  tuvo principio ni existió una después que la otra, porque las Tres son la sola  Esencia Divina: que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu  grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la alabanza, que como
Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay honra ni gloria digna de Ti. ¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti existen? Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo; sólo es desconocida la tercera Persona, que es el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien nos santifique y a Ti nos lleve. Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin El bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera por toda la eternidad. Así sea.

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Consideración

La escuela del Espíritu Santo; dónde la tiene, cómo la ejerce y qué es lo que enseña. Con la práctica de estas sus enseñanzas se adquiere la verdadera santidad.

Este Divino Maestro pone su escuela en el interior de las almas que se lo piden y ardientemente desean tenerle por Maestro.
Ejerce allí este oficio de Maestro sin ruido de palabras y enseña al alma a morir a sí mismo en todo, para no tener vida sino en Dios.
Es muy consolador el modo de enseñar que tiene este hábil Maestro; y no quiere poner escuela en otra parte para enseñar los caminos que conducen a la verdadera santidad, que en el interior de nuestra alma; y se da tal arte… y maña… para enseñar…, es tan hábil y tan sabio, tan poderoso y sutil, que, sin saber uno cómo, siéntese al poco tiempo de estar con Él en esta escuela todo trocado.
Antes de entrar en esta escuela, rudo, sin capacidad, muy torpe para entender lo que oía predicar; y entrando en ella, con qué facilidad se aprende todo; parece como que transmiten a uno hasta en las entrañas la ciencia y la habilidad que el Maestro tiene.
Su modo de enseñar no es con la palabra; rara vez habla, alguna vez a los principios; si se practica bien la lección que Él enseña suele hablar, pero muy poca cosa, para manifestarnos con esto su agrado; y esto ha de estar la práctica bien hecha, porque esta escuela todo es de practicar lo que enseñan, y si no lo practican, es cosa concluida; la escuela se cierra y no se abre.
Porque aunque la escuela se da en el centro del alma, no puede uno entrar allí si no le mete el Maestro, porque aunque él quiera entrar ni puede ni sabe. Lo único que puede hacer es quedarse dentro de sí, no salir fuera, sino ponerse a la puerta, y muy de corazón llorar y sentir su falta desinteresadamente.
Porque el desinterés es como la piedra de toque de esta escuela, pues todo cuanto aquí enseñan, todo hay que practicarlo desinteresadamente, si no nuestras obras no tienen mérito ante nuestro Maestro.
A los principios calla, tolera y no castiga; porque como es tan caritativo, se compadece mucho, porque ve que no sabemos, y nunca pide ni exige lo que no podemos.
Su modo de enseñar es por medio de una luz clara y hermosa que Él pone en el entendimiento.
Cuando anda el alma muy solícita en el cumplimiento de la práctica de la verdad que le enseña, junto con la luz que dejo dicha, dan como una saeta a la voluntad, y la voluntad al recibirla se siente toda encendida en amor a su Dios y Señor, y bien sabe ella cuando esto recibe que no es adquirida, sino dada; y esto nadie se lo dice, pero el alma bien lo entiende y conoce que es así.
En esta escuela hasta en el respirar parece que se respira sabiduría y ciencia, y toda esta sabiduría y ciencia va encaminada al conocimiento de Dios y al conocimiento propio, donde está como el fundamento de todo lo que enseñan, y sin estar esto bien asentado en el alma, no da paso alguno; suspende toda lección, y hasta que esta verdad no echa como raíces en el alma, no pasa adelante con sus instrucciones.
De la penitencia nada nos dice. Sin duda, a mí me parece, que no nos instruye acerca de ella porque de suyo el alma se inclina a la penitencia mejor que a la mortificación; lo que sí se ve con una de esas luces que da al entendimiento es que la penitencia sola, sin la mortificación, llena de soberbia el corazón; y por eso, en esta escuela se aprende a hacer la penitencia con mucha discreción; y se ve con esta luz que da este Divino Espíritu, que Satanás anda muy solícito, inclinando a las almas a hacer grandes penitencias.
En los santos tiene un fin y en los imperfectos otro; y mientras a la penitencia les inclina, de la mortificación les retrae; en la mortificación no hay peligro, por continuada que sea. La penitencia sola no santifica; la mortificación continuada hace grandes santos; con la mortificación continuada se consigue el morir a sí mismo en todo y se adquiere el puro amor de Dios, sin el cual ni hay amistad con Dios ni unión con Él, y menos la transformación, que ésta todo lo hace el amor.
Con la mortificación continuada salimos de la propia esclavitud y nos hacemos señores de nosotros mismos. Con la mortificación continuada se llega a adquirir el primitivo estado en que fueron puestos nuestros primeros padres; y como premio a la mortificación continuada se da Dios al alma, como en posesión en esta vida, y en esta escuela esto es lo que se aprende, porque todas las lecciones a esto van encaminadas: a la continua mortificación.
Hay lección particular para el ayuno y nos enseña a no negar al cuerpo nada de cuanto necesita; pero a los apetitos nunca darles nada de lo que piden, quieren o desean, porque los apetitos nunca piden, quieren o desean por necesidad.
Por necesidad el cuerpo es el que lo ha de pedir, y el cuerpo pide alimento y no pide más; pero los apetitos piden regalo y molicie, pues están siempre, como niños antojadizos, que no piden por necesidad, sino por antojo y capricho.
Por esto, a lo que más inclina este Maestro admirable es a la privación de todo lo que es regalo y el alma, como tiene siempre como entre los ojos la tragedia sucedida en el paraíso, voluntariamente se priva de la fruta, queriendo, si pudiera, desagraviar a Dios de la falta cometida por aquella triste madre, de cuya sangre estamos inficionados.
Porque todo cuanto se hace con las lecciones que en esta escuela dan y las instrucciones que aquí se reciben, el alma vive siempre olvidada de sí y no tiene otro fin en todo cuanto hace que el de agradar a Dios y lograr, si puede, el que Dios sea de todos amado.
De sí misma está olvidada, no piensa en adelantar en la virtud, ni en adquirir virtudes, ni en merecer gracia, ni en adquirir cielo, ni en santificarse.
Para ella y para las demás ni quiere, ni pide, ni desea sino el amar, si posible fuera, como Dios se merece.
Porque el amor desinteresado que enseña en esta escuela hemos de tener siempre a Dios; a desear esto nos lleva y nos exhorta este Maestro Divino.
El nos encamina a amar a Dios como Él nos ama. ¿Por qué nos ama Dios? Por nada, porque nada tenemos y nada Le podemos dar. Nos ama por amarnos, pues amémosle también nosotros sólo por amarle.
Él nos quiere dar su dicha y bienaventuranza eterna; no tuvo otro fin al criarnos que criarnos para tanta dicha y ventura.
¡Oh Santo y Divino Espíritu! Mira que no atinamos a emprender los caminos que a Ti nos conducen.
El amor desinteresado que debemos a Dios, dueño y Señor nuestro, no prende en nuestras almas; la mortificación continuada es un ejercicio desconocido y estos dos ejercicios nos son tan necesarios para ir a Ti.
¡Oh vida de nuestra vida y alma de nuestra alma!; como al pájaro le son necesarias las alas para volar, que fue el fin para el que fue criado. Así estamos nosotros, Santo y Divino Espíritu, sin alas para volar hacia Ti.
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven como Maestro y enséñanos desde este día el ejercicio de amor desinteresado; prende ese fuego de amor divino en nuestras almas y con él es cierto que el ejercicio de la mortificación le emprenderemos con gusto.
Ven, que viniendo Vos es cierto que todo está conseguido, que os amaremos como debemos y os daremos el consuelo que Vos tanto deseáis, que es el que gocemos con Vos por los siglos sin fin. Así sea.

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Letanía del Espíritu Santo
Señor. Tened piedad de nosotros.
Jesucristo. Tened piedad de nosotros
Señor. Tened piedad de nosotros.
De todo regalo y comodidad. Libradnos Espíritu Santo.
De querer buscar o desear algo que no seáis Vos. Libradnos Espíritu Santo.
De todo lo que te desagrade. Libradnos Espíritu Santo.
De todo pecado e imperfección y de todo mal. Libradnos Espíritu Santo.
Padre amantísimo. Perdónanos.
Divino Verbo. Ten misericordia de nosotros.
Santo y Divino Espíritu. No nos dejes hasta ponernos en la posesión de la Divina Esencia, Cielo de los cielos.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo. Enviadnos al divino Consolador.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo. Llenadnos de los dones de vuestro espíritu.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo, haced que crezcan en nosotros los frutos del Espíritu Santo.
Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creados y renovarán la faz de la tierra.

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Obsequio al Espíritu Santo para este día cuarto
La mortificación

La mortificación para el que aspira a la santidad debe ser lo que la respiración para el cuerpo; si ésta falta, el cuerpo no puede tener vida; así nuestra alma, en lo que se refiere a la santidad que desea.
Tanto tendré de santidad cuanto tenga de mortificación, porque la santidad es todo lo contrario de lo que muchos creen; muchos miran y aprecian por santos al que tiene éxtasis, arrobamientos, visiones, revelaciones, dulzuras, consuelos y otras mil y mil cosas que siente el alma en la vida espiritual.
Nada de esto es necesario para llegar a una grande santidad.
La santidad se adquiere por la mortificación y en ella se perfecciona por la mortificación; a los muy mortificados suele Dios darles a gustar de estas cosas como para premiar su continuado trabajo.
Porque la mortificación continuada es el purgatorio en vida a la naturaleza rebelde; ya sabe ella que para gozar nos criaron.
Por eso nunca se logra el que se use de la mortificación y no cueste trabajo su uso.
En otras cosas se adquiere como hábito y costumbre y esto hace que no cueste; pero tratándose de mortificarse y vencerse uno a sí mismo, para con ello agradar a Dios, esto siempre cuesta.
Y por esto al continuado vencimiento en todo que el alma tiene, con el fin único de agradar a Dios, es el darle Dios estas cosas de dulzuras y consolaciones en premio.
Pero mirad, como os miráis en un espejo, en todos aquellos que han querido ser siempre fieles al Señor. Miradles cómo lloran y sienten y se avergüenzan cuando Dios les da a gustar estas cosas.
Cómo se valen de la misma prueba de cariño que Dios les da para obligarle a que nada de esto les dé.
Pues animémonos nosotros a imitarles en esto y a mortificarnos sólo por dar gusto a Dios con ello y manifestarle con esto nuestro amor puro y desinteresado, para lograr con todo ello el amor a Dios en esta vida y continuar amándole por los siglos sin fin. Así sea.

Oremos: Oh Dios, que habéis instruido los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concedednos, según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro. Así sea.

PALOMA

Oración final para todos los días
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para adquirirla! ¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen! ¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu existencia! ¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e ilumina las inteligencias de todos los hombres. Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz, muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar. ¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos! ¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba, le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra, de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti, Dios nuestro, se refería. Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a tu herida, cuando con amor hieres! Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno resistirá al ímpetu de tu amor! ¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado! ¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido! Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco: “Señor, ¿qué quieres que haga?” ¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que Te aman! ¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no verte amado porque no eres conocido! ¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por los siglos sin fin. Así sea.

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