Uno de mis libros, y de mis películas favoritas, es el Señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien. Y siempre digo que Tolkien fue a su modo una suerte de profeta de nuestro tiempo por su modo de plasmar la realidad, y por las grandísimas verdades morales, perfectamente personificadas y definidas en sus historias.
Ser profeta no es precisamente pronosticar el futuro. Los profetas del Antiguo Testamento mayormente eran denunciantes de la realidad. Decían al pueblo, en nombre del Altísimo, que estaban pecando en tal o cual cosa. Algunos iban mas allá con visiones proféticas, como Isaías que anuncio la crucifixión y la Virgen Santísima. Pero en general es eso.
El Santo Padre, casi al principio de su pontificado (no he podido hallar la cita) pidió en varias ocasiones que no se acallara la voz de los profetas, que son quienes le dan la orientación a la Iglesia. Lo dijo varias veces y de varios modos. Y creo que esto está estrechamente ligado a lo que digo. Tantas, tantas voces suenan hoy en donde uno puede encontrar mensaje certero de Dios. Voces confiables que uno escucha y contrasta con la realidad y dice: si, lo que dice es una verdad de acero.
Humanae Vitae de Pablo VI, por ejemplo, un encíclica escrita en 1968, es altamente profética. Su denuncia sobre los métodos anticonceptivos, y los males que sobrevendrían a la humanidad como consecuencia de su uso, son de una similitud con la realidad presente que resulta abrumadoramente idéntico a lo que hoy vivimos a nivel mundial. Un ejemplo:
No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada.
Reflexiónese también sobre el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en las manos de autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales. ¿Quién podría reprochar a un gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar? ¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz? En tal modo los hombres, queriendo evitar las dificultades individuales, familiares o sociales que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal. (Carta Encíclica «Humanae Vitae» – 17)
Y no hace falta ser Papa para ser profeta, cualquier mendigo puede serlo. Allí tenemos al profeta Amos. Un pobre cosechador de sicómoros. Dios lo manda a predicar nada menos que al templo, a los que supuestamente debían escuchar a Dios. Pues Dios se valió de este hombre humilde para decirles algunas verdades.
Hoy quiero dejarles un profeta de nuestro tiempo. Con verdades dichas de un modo ciertamente más realista y crudo que las que nos cuenta Tolkien.
Señoras.. señores… un héroe nacional. El Dr. Abel Albino. ¡Alabado sea el Señor en su misericordia!, que nos manda un hombre que ha salvado la vida y el futuro de más de 15.000 niños por prevención de desnutrición infantil, y que ha salvado a más de 5000 niños de desnutrición severa con una tasa de mortalidad CERO, niños que hoy pueden tener un futuro gracias a su compromiso con Dios y con la sociedad.
Aquí va la versión corta:
Como le dice Sam a Frodo cuando el pobrecito ya estaba por rendirse:
«el bien aun existe, lo se mi señor Frodo. Y tenemos que defenderlo»
Y por si quieren más de Albino (sé que querrán), les dejo la versión Blue Ray. Media hora cada video, tiempo muy bien aprovechado.
La trascendencia social del amor al prójimo.